Al inicio del año escolar podríamos concluir que no podríamos en ningún caso estar peor de lo que estamos ahora. Ya estábamos muy mal antes de la pandemia y ahora, en el periodo posterior a los dos años en que hemos vivido en esta condición sanitaria, el retorno a aulas todavía mucho más gravoso y las consecuencias visibles de la pésima educación recibida durante estos dos años de forma virtual nos debe llevar a una profunda tarea de reconstruir no sólo aulas, programas académicos, recuperar lo que se perdió dos años -que algunos expertos afirman de que se hará dentro de once años-.
Hay que hacer una tarea de reconstrucción de la educación por completo en el país y eso implica un Estado que asuma su responsabilidad constitucional, una comunidad que realmente entienda el valor y la trascendencia de esa educación, y un sistema integrado por lo público y lo privado en donde se destaque y se premie por méritos a los que más saben y no se haga lo opuesto haciendo que el urrero, el servil, el mediocre, el ignorante ocupe mejores lugares que aquellos que se han preparado y se han educado.
También es el tiempo de ver qué ha pasado de los más de quinientos maestros enviados al exterior para ser formados y que continúan su tarea en otras instituciones a distancia en este momento. ¿Dónde están? ¿Están al frente de las escuelas y colegios o han ido a estudiar para volver a hacer algo igual o peor que lo que ya venían haciendo? Todas estas interrogantes nos caben en ese momento en que recordamos el periodo escolar con una cantidad enorme de personas que ingresaron en la franja de pobreza y que ya no pueden pagar las cuotas en los colegios y escuelas que privados y que tienen que ser trasladados a un sector público rebasado, sin aulas, decaído moralmente y destruida en toda su infraestructura física.
Es el tiempo de la reconstrucción nacional en materia educativa. Esto ya no da más.