Este retruécano pone frente a frente dos conceptos de la filosofía política histórica y diametralmente antagónicos, aquellos que creen en la necesidad de que “un” o “unos” iluminados despojen de su soberanía a la gente y se atribuyen el derecho de decidir por ellos lo que es mejor para ellos mismos, y por el otro bando aquellos que consideran que la libertad de elegir del individuo es el más sagrado e intocable valor de una sociedad de hombres libres.
El hecho de que la mitad de la población sea del sexo femenino y que eso no se trasunte a la misma proporcionalidad en los cargos públicos electivos y/o designados, no se debe solo a unas pocas causas, como la cultural, la biológica, la tradición, el patriarcado, y otros que no pasan de ser casi anecdóticas cuando se estudia a profundidad el caso, pues la multiplicidad de factores supera lo cuantificable y cualquier argumentación a favor de este proyecto de ley cae en un burdo reduccionismo.
Ser varón o ser mujer es solo un rasgo del individuo de entre otros miles de rasgos, características o manifestaciones del individuo. Es un camino sin salida pretender hacer leyes que otorguen cupos según la proporción de un grupo social determinado, pues la coherencia nos obliga a considerar también a otros grupos sociales. Qué pasaría si consideramos que la mitad de la población es campesina y la otra citadina? ¡Marche una ley de paridad campo/ciudad! O si consideramos que el 20% de la población es indígena 40 % mestiza y 40% blanca? ¡Marche otra ley de paridad étnica!, o agrupamos la población según su oficio, según sus ingresos, según su patrimonio, según su nivel académico, la edad, y así un sin fin de casos.
Acaso el sexo de una persona garantiza unificar las ideas de un grupo social? No creo que Margaret Thatcher se sienta representada por Dilma Russeff y viceversa. O acaso no vemos que en “el mundo masculino” no proliferan innumerables criterios sobre un mismo tema? Si el sexo fuese reflejo de los intereses de su sector, entonces deberíamos los varones por ser varones sentirnos representados por nuestros políticos desde antaño, pues nada está más alejado de la verdad que este planteamiento.
En teoría son las ideas de una persona las que nos hacen tomar la decisión de votarle a uno u otro representante y en el ideal moral no deberíamos tomar ninguna consideración discriminatoria en cuanto al sexo, raza, clase social, etc.
Es el individuo el soberano en una sociedad libre, y mientras más leyes mutilen la capacidad de elegir de cada persona el camino a la servidumbre se vuelve irreversible.
Una de las mayores conquistas políticas de la humanidad fue la igualdad ante la ley, la abolición de todo derecho de sangre, donde se aplicaban leyes según la casta de cada quien, y el reconocimiento de que nacemos iguales y libres por lo que debemos ser juzgados por las mismas leyes independientemente de cualquier otro rasgo del individuo.
Ser iguales ante la ley nos hace libres, ser iguales por ley nos hace esclavos de la dictadura del o los iluminados. Crótalus.