Ya pasó una semana del atentado en San Bernardino y el destape de varias irregularidades que pusieron sobre la mesa otras debilidades de nuestro sistema que, además de vislumbrar la falsa seguridad en la que creemos vivir, se puede observar también que aquello que conocemos como voluntad política puede mover montañas si lo desea.
Más de dos docenas de víctimas se llevó el sicariato durante el mes de enero, sin dejar rastros ni pistas sobre los autores intelectuales y/o materiales. Tuvo que aparecer un caso con mirada pública, presión a través de marchas e indignación en las redes para que, en un abrir y cerrar de ojos, aparezcan unos quince sospechosos de lo que fue el operativo que estremeció al país hace una semana.
¿Cómo funciona la justicia, la inteligencia, el departamento contra el crimen organizado? ¿Por qué podemos tener capturados en cuestión de horas a 15 sospechosos sobre un caso en particular y no podemos hacerlo sobre los otros sucesos similares?¿De qué manera una cuestionada policía nacional puede entregar unos cuántos chivos expiatorios con una versión poco creíble de los hechos?
Surgen párrafos y párrafos de preguntas sobre estos temas, pero la realidad es que la duda seguirá siendo la virtud para tener en cuenta mientras las autoridades continúen siendo sospechosamente eficientes en casos que han sido alcanzados por la opinión pública, mientras que los casos que no llegan a la indignación popular quedan encajonados y olvidados, hasta desaparecer.
La construcción de un proceso de mejoramiento real de nuestra seguridad va a tener su apuntalamiento si logramos participación ciudadana y una pelea constante contra la corrupción. Que se vayan los que se tengan que ir, que se queden los que se tengan que quedar, levantemos la vara para los que vendrán y fortalezcamos la idea de que la vocación es de servicio, no de coima, aprietes y delincuencia.