Era octubre de 1964 y yo estaba terminando la secundaria en el Colegio Nacional de la Capital. Durante semanas habíamos estado practicando esas formaciones de falange macedónica conque el CNC solía desfilar cada 14 y 15 de mayo, 12 de setiembre y, a veces, 15 de agosto. Camisa y pantalón blancos, cinto tricolor, escudo del colegio y botines negros. Corría la voz de que tendríamos que participar de una parada extra aunque a la mayoría de nosotros, preocupados por los exámenes finales, nos importaba un corno cuando ni por qué ocurriría eso.
La cuestión era simple: visitaría el país Charles de Gaulle, presidente de Francia. A los 18, que te hablen de cierto heroico general, hartos como estábamos de generales que sobrepoblaban el gobierno, era como hablar del tiempo.
Teníamos, por entonces, muchas otras prioridades.
“VAMOS A ROMPER FILAS” – La mayoría de mis compañeros de curso estaban o habían estado en el CIMEFOR (Centro de Instrucción Militar de Estudiantes y Formación de Oficiales de Reserva). Yo, por razones obvias –aún extranjero en toda la acepción-, estaba al margen de la jerga militar que manejaban mis amigos, así que cuando se deslizó la especie de que los estudiantes del CNC que iban a desfilar ante el presidente francés tenían la orden de “romper filas” frente al palco presidencial, no pude menos que preocuparme. Qué, ¿era la revolución? Quien habría dado la orden ni con qué fin, nunca se supo. Al final, todo fue un chismorreo sin consecuencias.
De Gaulle vino, vio y se fue. Lo que mejor recuerdo de aquella visita fue lo que costó encontrar una cama para el lungo general que medía 1,96. Finalmente, se la halló en el Hotel del Lago, en San Bernardino, muy cerca de la habitación que había ocupado, en 1929, su compatriota Antoine de Saint-Exupéry, el celebrado aviador y autor de El Principito.
¿COMO DIJO, ALTEZA? – El Principe Felipe Mountbatten, duque de Edinburgo y Principe de Gales, consorte de la Reina Isabel II, también se dio una vueltecita por el Paraguay. Fue en 1962, en oportunidad de cierta exposición de no sé que cosas que se había instalado en la intersección de Yegros e Iturbe, creo que al costado de la entonces tienda Manuel Ferreira.
El noticiero Sucesos Paraguayos hizo toda una producción especial celebrando la presencia del hombre “que camina dos pasos detrás de la Reina” como insistieron siempre en presentarlo los detractores de las monarquías.
Felipe reunía, por méritos propios de su posición, todos los requisitos para ser lo que se llama un florero. Pero siempre supo compensar ese mote tan poco amable con una inclinación irresistible al humor, por lo demás, muy británico. Dicen que Su Alteza declaró, poco después de bajar del avión de British Airways: “Es un placer estar en un país que no es gobernado por su pueblo”. Los genuflexos de entonces hablaban de una “mala traducción” hecha por “desestabilizadores legionarios, comunistas y subversivos”.
Pero lo cierto es que Felipe era muy propenso a esos exabruptos. Se dice que durante su estadía en Nigeria, le dijo al Presidente señalando su vestimenta: “Parece que se vino en pijama“. Y a una kenyana que se le acercó para entregarle un regalo no tuvo empacho en preguntarle: “Es usted una mujer, ¿verdad?”.
El Paraguay celebró la real presencia emitiendo una serie de estampillas con la efigie del príncipe. Se agotaron de inmediato. La British Embassy se encargó de comprar todas las planchas, ya que como se sabe, los ingleses son filatelistas compulsivos.
EL GENERAL DEL PUEBLO – El 3 de octubre de 1955, a las 17.45 aterrizaba en el Aeropuerto de Campo Grande –hoy Silvio Pettirossi- el hidroavión PBY “Catalina” pilotado por el capitán Leo Nowak. A bordo iba el general Juan Domingo Perón, desalojado de la Casa Rosada por el golpe militar que había puesto fin a su gobierno el 16 de setiembre de ese mismo año.
Era el punto final de 20 días de tensión que Perón había pasado a bordo de la cañonera Paraguay en la que se había refugiado tras el ruidoso golpe de los subvlevados acaudillados por dos generales, Eduardo Lonardi y Pedro Aramburu, y un contralmirante, Isaac Rojas. Este último, reputado como el más radical de los tres, había pedido carta blanca para “ocuparse del tirano”. De hecho, Perón estuvo en un tris de ser asesinado a bordo de la cañonera, tal como relata el periodista Víctor Ego Ducrot en su novela “El derrocado”.
El “tirano prófugo”, como lo llamaban entonces los medios adictos a la “Revolución Libertadora”, encontró en Asunción hospedaje en la casa de Ricardo Gayol -comerciante argentino- y protección política del propio Alfredo Stroessner. La gente le tenía simpatía a Perón pero sobre todo a Evita, fallecida tres años antes, a quien recordaban por sus frecuentes envíos de juguetes para el día de reyes desde su Fundación Eva Perón.
Asunción era la primera etapa de una larga odisea que “el general del pueblo” habría de transitar hasta recalar finalmente en Madrid, desde donde volvería a Argentina 18 años después.