¿Quién no ha imaginado alguna vez la idea de poder reescribir su vida como si fuera
un manuscrito? Cambiar decisiones, evitar errores, tomar otros caminos. Es una
tentación muy fuerte, especialmente cuando el presente se siente pesado o lleno de
incertidumbre. Pero ¿cuánto de lo que somos se debe precisamente a esos tropiezos?
Reescribir implica borrar, y borrar puede significar perder aprendizajes valiosos.
Pensemos por un momento que tenemos el poder de editar nuestro pasado al igual
que un libro. ¿Qué capítulos cambiaríamos? Quizá eliminaríamos momentos de dolor,
vergüenza o fracaso. El “qué hubiera pasado si” se vuelve un ejercicio mental en
donde nos perdemos horas preguntándonos como sería si tal error nunca se hubiera
cometido, si aquel riesgo se hubiera aceptado, si ese determinante “no” hubiera sido
un “sí”.
Existe el riesgo de idealizar lo que “pudo haber sido”. Estar atrapados en el “y si…”
nos aleja del presente. Para bien o para mal, la vida no es un borrador, es una obra en
constante evolución. En lugar de reescribir, podríamos enfocarnos en reinterpretar.
Cambiar algunos enfoques puede ser más liberador que cambiar los hechos. Algunas
veces, la aceptación vale más que la corrección.
Reescribir la vida es una fantasía comprensible, pero tal vez deberíamos dejar de
soñar con esa oportunidad si es que queremos encontrar algo verdaderamente
significativo y de valor en nuestro paso por la tierra. Después de todo, una vida bien
vivida no es una libre de errores, sino aquella en donde comprendemos que esas
mismas cicatrices pueden ser mapas hacia versiones más fuertes y sabias de nosotros
mismos.

Licenciado en ciencias politicas (UNA), editor, comunicador, productor y editor de contenido creativo para medios de comunicacion o intereses particulares
