Por Christian Nielsen
En 1971, el diario La Tribuna decidió incluir en su página de historietas y horóscopos la tira de Mafalda. La idea había sido de Néstor Romero Valdovinos, poeta y periodista, vuelto al país luego de un largo exilio en la Argentina.
Moldeado por las redacciones de dos diarios porteños, Néstor conocía el valor de marketing de una buena entrevista, sobre todo, tratándose del autor de una creación que ya recorría el mundo y se traducía a no menos de 24 idiomas.
Así que me comisionaron esa tarea que, para mi escasa experiencia, estaba por completo fuera de mi alcance. Una mañana típicamente porteña, ruidosa y transitada, toqué el timbre del edificio ubicado en Chile 371, en pleno San Telmo. Allí vivía Joaquín Salvador Lavado, que firmaba sus genialidades con el apodo de Quino. Me atendió su esposa Alicia Colombo, compañera de toda la vida, sobre todo, de las vicisitudes que alguna vez obligaron al matrimonio a buscar asilo en España.
CHICA INSOPORTABLE – La señora Colombo me atendió con toda la cortesía que podía dedicar a un gacetillero de poca monta como yo, venido de un diario desconocido editado en un país que por entonces movía muy poco el amperímetro de las noticias. Ni de otras cosas.
Quino estaba recluido en su dormitorio, creo que saliendo de una gripe según argumentó su esposa. “No le gustan las entrevistas. Es un poco tímido y las rehuye” me confió, aunque me sonó a excusa. Luego, leyendo a grandes periodistas que sí lograron torturarlo con alguna sesión de preguntas, supe que era cierto. Quino escapaba a la requisitoria cada vez que podía.
Cuando despaché mi speech ensayado alabando la gracia de Mafalda, Alicia Colombo se permitió una broma. “Es una niña insoportable. Si fuera mi hija…” y agregó algo que no alcancé a entender. Lo que sí supe más tarde era que el matrimonio nunca tuvo hijos.
IRREVERENTE Y SUBVERSIVA – La primera tira de Mafalda apareció el 29 de setiembre de 1964 en la página 44 de la revista Primera Plana, dirigida por Jacobo Timerman, quien respondía al “ala azul” de las Fuerzas Armadas en la que militaban Alvaro Alsogaray y el periodista Mariano Grondona. Gobernaba entonces el radical Arturo Illia, quien dos años más tarde sería derrocado por un golpe militar comandado por Juan Carlos Onganía, azul de pura cepa.
Así, Quino transitó con su genialidad de intérprete gráfico a través de una realidad compuesta de cortos periodos de democracia sacudidos y separados por largas y sangrientas tiranías militares.
Su agudeza de observador le permitía imaginar escenarios alucinantes. Un día, Miguelito, el desconcertante amigo de Mafalda, le pide al policía de la esquina que cuide toda la calle menos su casa. Intrigado, el policía le pregunta por qué. “Y, suponga que el día de mañana yo estudie en la universidad y se arma algún lío y Ud. y yo nos encontramos. ¿Con qué cara le encajo adoquinazos a quien cuidó mi casa?”.
Primera Plana dejó de hospedar Malfalda por razones de fuerza mayor. En 1969 era clausurada por el régimen de Onganía, el azul con el que su director congeniaba. Pero eso no significó la desaparición de Mafalda, que ya se publicaba en el diario El Mundo y en la revista Siete Días Ilustrados, que el 25 de junio de 1973 albergó la última tira de la serie.
Para entonces, la niña prodigio era conocida por el público de Francia (en donde se publicó en colores), Italia, España, Portugal, Brasil, Noruega, Dinamarca, Grecia, Holanda, Finlandia, Alemania, Colombia y Estados Unidos. También en diarios y revistas de Indonesia, Japón en otras 40 lenguas de todo el mundo.
NO SOLO TIRAS – Quino es autor de una enorme cantidad de historias unitarias. Su producción fue imparable desde que dejó Mafalda. «Bien, gracias, ¿y usted?» (1976), «Déjenme inventar» (1983), «Quinoterapia» (1985), «Gente en su sitio» (1986), «Sí, cariño» (1987), «Potentes, prepotentes e impotentes» (1989), «Humano se nace» (1991), «¡Yo no fui!» (1994), «¡Qué mala es la gente!» (1996), «¡Cuánta bondad!» (1999) y «¡Qué presente impresentable!» (2005), algunos de sus libros más celebrados.
Umberto Eco, coautor con el cardenal Carlo Martini de la imperdible serie epistolar “En qué creen los que no creen”, considera Mafalda una historieta indispensable para conocer Argentina y a los argentinos. Julio Cortazar, el de Rayuela, dejó dicho: “No tiene importancia lo que yo pienso de Mafalda. Lo importante es lo que Mafalda piensa de mí”. Y a otro grande, Gabriel García Márquez, pertenece esta sentencia: “Después de leer a Mafalda me di cuenta de que lo que te aproxima más a la felicidad es la quinoterapia”.
Nada mal para un personaje que nació para ilustrar una campaña de electrodomésticos -síntesis de la sociedad de consumo que Mafalda criticaba- y terminó siendo un icono universal de la rebeldía.
Mafalda nunca se fue. Sigue viviendo en las interminables reediciones de sus aventuras.
Quino tampoco. Pertenece a la selecta galería de los inmortales.