El silogismo es sencillo. Para desarrollar un país se necesita una buena educación y para tener una buena educación hace falta reformar el sistema. Luego, sin reforma no hay desarrollo, o lo que es peor, lo hay a medias y con profundas desigualdades.
Revolviendo la historia de la educación en el Paraguay de los últimos veinte años nos tropezamos frecuentemente con la palabra reforma. Cómo, se preguntarán algunos memoriosos, ¿acaso no hubo una reforma educativa en el Paraguay? Al menos de palabra, se diría que hubo algo que se le parece y que ha logrado llenar algunos anaqueles con libros, informes, legajos enteros que documentan el trabajo de una ponderable cantidad de personas –algunas de ellas de altísima calificación académica y profesional- trabajando para materializar la ansiada reforma educativa.
El proceso arrancó durante la baja edad estronista para navegar durante gran parte de la transición pos 1989. Podemos aceptar que el marco teórico y metodológico de la reforma fue de alto perfil. Algunas de sus puntualizaciones fueron muy certeras. En el año 2.000, Domingo Rivarola firmó un informe de CEPAL en el que se lee: “Los hechos que determinan la pérdida de tiempo, en una proporción importante de casos y en una medida ya lesiva para el rendimiento escolar, son muy variados (recreos prolongados, ausentismo del docente, actividades extra-curriculares frecuentes como fiestas y conmemoraciones) y no han sido aún superados satisfactoriamente hasta la fecha”. Pues bien, la pérdida de días de clase no sólo no ha mermado sino que se ha agravado. Dos décadas y un montón de ministros después hay que escuchar al actual titular del MEC decir que este año no se completarán sino 100 días de clases de los 183 programados.
Nada ha cambiado. El día del maestro es el 30 de abril en el que nadie va a clase, se lo celebra el 29 con alguna actividad recreativa y se completa el cuadro holgazaneando el 1° de mayo. También está el día mundial del docente que fue el sábado 5 pasado y se lo “celebró” no dando clase el viernes 4. Son dos paradigmas clásicos del ausentismo docente-alumno que se “enriquece” con huelgas, paros, bloqueos de escuelas, etc.
Cerraremos un 2019 educativamente desastroso sin pasar del diagnóstico.
El tratamiento aún está muy lejos.