Quien quiera haya sido el autor de la prohibición de los judas kai en la Municipalidad de Asunción, es imposible imaginar una acción más idiota e inútil. Desde la era de los grafittis en las paredes de Pompeya, los políticos se han ganado por mérito propio el derecho a que sus nombres sean estampados en paredes públicas con alguna clase de calificativo para nada amable. Esta práctica es, juntamente con las inscripciones en baños públicos, la última trinchera de la libertad de expresión, como aquel «Eh, tu, Eutiquión, ¡come mierda!» hallado en un retrete de la ciudad de Estabia arrasada, al igual que Pompeya, por las cenizas y el flujo piroclástico de la erupción vesubiana del año 79.
Quienes recogieron como pocos el arte de la sátira política han sido los valencianos con sus espectaculares “fallas” cuyo origen se remonta al medioevo, aunque su origen tenía un profundo tono religioso. Con el tiempo, aquellos espectáculos en los que el fuego es el protagonista principal fueron derivando hacia la confección de “ninots” o muñecos gigantes estampados en cartón piedra representando figuras públicas. En la España de 2019, el año antes de la pandemia, estaba en su apogeo el debate sobre el acuerdo instalado entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, con un episodio para nada menor, el traslado de los restos del Generalísimo Francisco Franco de su sepultura en el Valle de los Caídos a otro sitio menos glamoroso. Esta confrontación política cobro altísima temperatura y desembocó, en la fiesta de las fallas valencianas, en un catafalco gigante en cartón en el que Franco -dictador de España muerto en 1975- reposaba en un freezer hasta que sus restos hallen nueva ubicación. Un cartel al pie decía “Paco, calienta que sales”, emulando la frase preferida de un popular personaje de la televisión española. En los días de apogeo del “Generalísimo”, tal ocurrencia hubiera enterrado a su autor en las más profundas mazmorras del régimen franquista.
Por eso las “fallas” sufrieron censura durante diversos periodos de la historia de España. Fueron prohibidas durante la guerra de Cuba (1898 y mientras duró la guerra civil española (1937-39). También fueron bajadas de cartelera durante la pandemia del COVID19 aunque por razones de salud pública, no políticas.
Aquí, un oscuro cenáculo de cagatintas municipales se erigió en el censor de los judas kai y ordenó su retiro de cartelera ya que, como correspondía, los héroes y heroínas principales de esta edición 2022 eran todos políticos de gran exposición pública y escasez de principios. Tipicos represores que reaccionan ante la crítica con el mismo temperamento estronista: prohibir, cerrar, clausurar y hacer desaparecer críticas y críticos.
Buena jugada, señor Intendente Municipal. Siga en ese camino y se ganará, por derecho propio, algún judas kai en sus próximas ediciones.
Y lo tendrá merecido.