Comentario 3×3
Se nos acaba un año y tendremos una Navidad dominada por otros factores y por el miedo de la propagación del coronavirus. La Navidad del consumismo, que era la característica antes de este año, debe dar paso a una más profundamente sentida y vivida a nivel individual, de un cercanía con los seres queridos, con las personas con las que tenemos vínculos que trascienden la mera cuestión del regalo ocasional o el del consumo, tanto en términos materiales como también en términos de comida o de bebidas.
Esta debe ser también una mirada al entorno a lo que realmente se celebra, la Natividad del Mesías en un humilde pesebre de Belén. Es también el tiempo de mirar nuestra espiritualidad.
Los seres humanos estamos construidos de materia y de espíritu. Hemos dado demasiado énfasis a lo primero durante las celebraciones de Navidad, que ha tenido que recurrirse una y otra vez al recuerdo de lo que aconteció en ese humilde pesebre en Belén, para tratar de rescatar algo de la espiritualidad que quedaba a un lado.
Ahora no tenemos pretextos. Estaremos concentrados en pocos argumentos que signifiquen el valor de la propia espiritualidad, la vida, y en ese sentido debemos volver a rescatar los valores que presuponen esa celebración tan trascendente en el calendario cristiano.