Vamos a insistir en el tema porque lo consideramos esencial. Los reformadores del Estado –presuntos hasta el momento, porque aún no han sido formalmente presentados en sociedad- no podrán reformar algo extremadamente importante: la calidad de la representación ciudadana en las urnas. No llegaremos a nada con las herramientas actuales, porque para que haya una transformación de base tal vez se necesite una asamblea constituyente.
Pero si de algo podemos estar seguros es que la vía punitiva no escarmienta a los políticos a la violeta, es decir, los superficiales, ineptos y, con demasiada frecuencia, por completo corruptos e incapaces de comprender que los bienes del Estado son del pueblo y no suyos. Lo estamos comprobando a diario. No son pocos los hoy ex legisladores tirados por la borda por un Congreso que, acorralado por la creciente presión ciudadana, no ha tenido más remedio que encender varias veces la caldera de su sistema de cancelación de investiduras. Probablemente lo vuelva a hacer con las últimas perlas de la comunidad legislativa, las que se hicieron pagar un místico viajecito a la señorial Lima de los virreyes. Como se ve, el Congreso da para todo. Protege usureros, camufla delincuentes, subsidia niñeras, choferes y jardineros, apadrina cruzadas religiosas y sostiene, a costa del contribuyente, a hordas de supernumerarios que difícilmente calificarían para un delivery de pizas.
Desquiciado y corroído en sus bases fundamentales, el Congreso es hoy una sombra de lo que debería ser. Sus escasos componentes dignos de ser llamados legisladores quedan sepultados por una marea de brutos, incompetentes y moralmente ineptos que lo dominan por el peso de su grasa corporal y no por su densidad intelectual, apenas equiparable a una ameba.
La política debe recuperar valores fundamentales, especialmente la confiabilidad y el compromiso. El ciudadano que acude a votar no demanda honradez y decencia a sus candidatos, porque considera esos valores como un prerrequisito. Lo que sí espera es que la confianza que encierra el voto no sea traicionada luego en el ejercicio del mandato y que el político así empoderado demuestre compromiso con la misión que le ha sido encomendada.
Ya experimentamos hasta el cansancio a cínicos y traidores. Y así nos está yendo.
Ahora, llegó el momento de la revolución ética.