La irrupción de la inteligencia artificial (IA) está provocando una combinación de fascinación y miedo al mismo tiempo. “Ya no podemos pararla” le aseguraba un asustado experto en informática al multifacético Elon Musk, preocupado porque un descontrolado avance de esta verdadera entidad con vida propia pueda generar enormes inequidades y hasta poner en peligro millones de empleos en el futuro cercano. Su colega de alturas, Bill Gates, no mostraba tanto recelo. “Muchos empleos serán reemplazados por productos de la IA” ha asegurado el magnate de Microsoft, quien pronosticó que entre las ocupaciones rentadas que corren directo peligro de desaparecer figuran los vendedores de seguros, los cajeros y empleados bancarios, los analistas financieros, los obreros de la construcción, los trabajadores agrícolas y los maestros.
Como todos los procesos que cobran vida propia, la aparición de la IA y sus efectos inmediatos no es buena ni mala. Simplemente marca una tendencia que irá acentuándose con el paso del tiempo. Sin embargo, la sociedad empieza a alzarse contra las inmensas posibilidades de que un robot reemplace el trabajo no ya manual, sino intelectual. En EE.UU., el sindicato de guionistas (WGA) está negociando con la alianza de productores de cine y televisión (AMPTP) nuevas reglas para la producción de contenidos. Los escritores exigen poner límites a la inteligencia artificial en la redacción de historias.
En Nueva York, las escuelas públicas han prohibido a los estudiantes y maestros usar el ChatGPT, herramienta IA que abre infinitas posibilidades de copiar exámenes y trabajos prácticos. Esto va a contramano de lo profetizado por Gates quien anticipó que la profesión de maestro será la primera en ser reemplazada por un robot IA.
Miedo o deslumbramientos aparte, un panel de 1.000 expertos en recursos digitales recomiendan en una carta abierta “pausar de inmediato, durante al menos seis meses, el entrenamiento de los sistemas de inteligencia artificial más potentes que GPT-4“. En la nota, que encabeza el propio Musk, se recomienda que dicha pausa sea pública y verificable e incluya a todos los actores clave. Y advierte: “Si tal pausa no se puede implementar rápidamente, los gobiernos deberían intervenir e instituir una suspensión“.
El tema empieza a oler a chamusquina. Mucha gente está asustada.
¿Estaremos frente al “síndrome Terminator”?