En este mundo, muchas veces nos encontramos sin rumbo alguno y no nos damos
cuenta. Una sensación normal en una realidad que demanda productividad y metas
claras. Pero sabemos bien que esa sensación de vacío, de no tener un propósito
firme, es más común de lo que parece, aunque nos cueste admitirlo. Estar a la deriva
no es solo perderse, sino desconectarse del sentido personal.
Las redes sociales únicamente empeoran este asunto. La comparación constante con
los demás, cuyas vidas son idealizadas, solo sirve de combustible para la frustración.
Al final del día, en lugar de guiarnos por nuestros valores, terminamos persiguiendo
expectativas que no nos corresponden. Esto nos aleja de quienes somos de verdad,
metiéndonos en un círculo vicioso y tóxico en donde permanecemos desorientados.
Aun así, estar a la deriva podría tratarse de una oportunidad. Al darnos cuenta de ello,
podemos detenernos y empezar a reflexionar. Acepta que estamos en un estado de
desconcierto, es el primer paso al redescubrimiento personal. Trazar nuevas rutas y
encontrar una brújula interna no es sencillo, pero siempre brindan recompensas que
nos ofrecen claridad, propósito y autenticidad.
En este planeta acelerado, donde detenerse parece un lujo, resulta que en realidad es
una necesidad vital para no caer en locura. Preguntarse quiénes somos y hacia dónde
vamos no es ninguna debilidad, es todo un acto de valentía. Encontramos a la deriva
no es el fin del mundo, es solo una pausa, quizá necesaria. Después de todo, hasta
los barcos más grandes necesitan soltarse al vaivén del mar para encontrar el norte.

Licenciado en ciencias politicas (UNA), editor, comunicador, productor y editor de contenido creativo para medios de comunicacion o intereses particulares
