Don Roberto Franco García tiene 54 años, es el líder de su comunidad. Nació en Porh Kac (Puerto Diana) y ha vivido toda su vida en esta zona. Junto a él viven otras 287 familias, cada una con su propia vivienda, casas que fueron otorgadas por el Gobierno a través de la Secretaría Nacional de la Vivienda y el Hábitat (Senavitat) actual Ministerio de Urbanismo, Vivienda y Hábitat (MUVH).
El líder relata con una voz tranquila que trasmite sabiduría que su pueblo fue el más afectado por los incendio en la zona. “Nosotros los indígenas vivimos de la naturaleza, de la miel de abeja que recolectamos y vendemos a nuestros vecinos de Bahía Negra” expresa Don Roberto en un español perfectamente entendible. Según el líder, los humanos no podemos abusar de la naturaleza, “no podemos herir a nuestro bosque, porque es un perjuicio para nosotros también” dice.
Las comunidades indígenas Yshir (que significa “personas”) del distrito de Bahía Negra cuentan con una población total de poco más de mil habitantes, lo que representa cerca del 50% del conjunto de la población distrital, según los datos de la Dirección General de Estadística, Encuestas y Censos (DGEEC). Originalmente nómadas, estos grupos humanos han sido progresivamente asentados en comunidades ubicadas sobre la ribera derecha del río Paraguay.
Al adquirir un estatuto jurídico propio y particular, las comunidades indígenas en cuestión se volvieron propietarias de parcelas de tierra relativamente extensas, las cuales heredaron las formas de los lotes preexistentes que se presentan como rectángulos dispuestos horizontalmente y cuyos lados derechos se encuentran sobre la ribera izquierda del río Paraguay. A pesar de ciertas similitudes evidentes, las comunidades indígenas se distinguen por las características de los sitios en donde están ubicados.
Puerto Diana está situada a poco más de un kilómetro al sur de Bahía Negra y sobre la misma rivera cóncava del meandro, presenta una estructura urbana organizada longitudinalmente al río, con un sistema de tres calles paralelas. Por otro lado, sobre un pequeño promontorio ribereño, Karcha Bahlut (Puerto 14 de Mayo) dispone de una estructura mucho más orgánica, mientras que Inichta (Puerto Esperanza) se organiza a partir de un plan en cruz sobre un leve montículo puntualizado al este por un curso de agua y al oeste por un brazo húmedo del río Paraguay. Esta diversidad constituye una verdadera riqueza, por lo que cada pueblo indígena exige un cuidado y tratamiento específico de modo a valorizar sus singularidades.
Por su peso demográfico específico, las comunidades indígenas se erigen naturalmente como espacios privilegiados donde se debe concentrar una mínima oferta de equipamientos públicos. Con sus casi 600 habitantes, la comunidad de Porh Kac (Puerto Diana) es la más poblada de las tres, mientras que Inichta (Puerto Esperanza) cuenta con un peso demográfico similar de casi 500 habitantes. Por su parte, Karcha Bahlut (Puerto 14 de Mayo) es la menos poblada y concentra una centena de pobladores.
ECONOMÍA Y PRODUCCIÓN
Las casas de los Yshir son construidas con madera y hojas de karanda’y, el bosque es su lugar de cacería y el río donde pescan. De la naturaleza también obtienen el ysypo, con el que fabrican canasta y otros productos artesanales que venden nuevamente a los pobladores del centro de Bahía Negra, estos a su vez vuelven a vender a otras comunidades.
En las tres principales comunidades indígenas del distrito de Bahía Negra, la situación de precariedad es latente. Esta situación se debe esencialmente a la naturaleza de las actividades económicas que no son generadoras de ingresos suficientes para que las comunidades puedan dotarse de un mínimo cuadro material y de bienestar.
Don Roberto comenta que las ocupaciones económicas apuntan esencialmente al autoconsumo (pesca, recolección, ganadería, agricultura) y los empleos asalariados son poco numerosos (en la mayoría de los casos se trata de changas más o menos esporádicas) y muy mal remunerados. Algunas actividades logran insertarse en circuitos comerciales de por sí mal conectados hacia el “exterior”: es el caso de la venta de pescados, de carnadas o de artesanías.
De manera general, es acuciante la falta de oportunidades laborales para la población en general y para los más jóvenes en particular. Existe un margen de maniobra para mejorar las condiciones en que se desarrollan las actividades principales económicas practicadas por la población de los pueblos indígenas.
Para el líder indígena algunas acciones que podrían tender a incrementar la generación de ingresos locales consistirían por ejemplo en impulsar la venta de pescado con la ayuda de equipamientos específicos (sistemas de refrigeración) o en fomentar la venta de artesanías a través de la identificación de nuevos circuitos de comercialización. “Falta mucho y la naturaleza no aguanta más” afirma el anciano.
Cabe destacar que la actividad agrícola destinada a la comercialización también podría constituir una opción relevante siempre y cuando existan mercados a proximidad y se organicen los canales de comercialización. A este respecto, se observa una importante cantidad de huertas particulares en numerosas viviendas indígenas.
El fomento a las actividades artesano-industriales (olerías, carpinterías, entre otros) en el seno mismo de las comunidades indígenas podrían constituirse como alternativas prometedoras si existieran las condiciones para comercializar los productos en centros urbanos demandantes (Bahía Negra, por ejemplo). Por último, según Saúl Arias, poblador de la zaona que trabaja en el pan de ordenamiento territorial del distrito, el turismo se presenta como un sector de actividad de gran potencial para diversificar la economía de las comunidades indígenas.
SALUD Y EDUCACIÓN
Edelmira Martínez Calonga tiene 41 años, es madre de tres y se desempeña como profesora en la escuela de la comunidad indígena, nació en la comunidad y hace décadas dedica su vida a la docencia. A su cargo se encuentran una centena de niños del primero al noveno grado de la educación primaria. Según su relato, la principal dificultad para continuar con la educación es la falta de empleo en la zona. “Ellos terminan su bachiller acá, se van a la capital, algunos si pueden avanzan sino vuelven aquí y son la misma persona otra vez” afirma.
Además de esto, la alimentación se convierte en otro obstáculo ya que deben conseguir que comer todos los días. “Si los papás consiguen pescar o cazar comen, sino no, esta es la realidad, y por esto muchos dejan la primaria, para ir a trabajar con sus padres” sostiene la docente. En ese sentido asegura que todo empeoró debido a los incendios. “Este año sufrimos por los incendios, no había alimentos” dice.
No todos los pueblos indígenas tienen vocación de dotarse de una oferta completa en materia de equipamientos educativos. En otras palabras, es evidente que aún no se puede garantizar la presencia perenne de todos los niveles educativos en cada una de las comunidades indígenas. Por lo menos en lo inmediato, aparece imposible desarrollar una oferta educativa de nivel secundario en la mayoría de las comunidades indígenas.
Por ende, es más prudente asegurar una oferta elemental, concentrándose primeramente en brindar una educación primaria de calidad y en garantizar el acceso diario de los alumnos a los niveles educativos superiores ofrecidos en el casco urbano de Bahía Negra. Esta observación aparece evidente en los casos específicos de Porh Kac (Puerto Diana) – muy cercana a la ciudad de Bahía Negra y por ende a su oferta educativa secundaria – y de Karcha Bahlut (cuyo peso poblacional – una centena de habitantes – aún no podría justificar la instalación de un colegio).
El caso particular de Inichta (Puerto Esperanza) debe ser objeto de un análisis más fino, considerando que la distancia a la cabecera distrital podría quizás justificar la instalación de un colegio, por ejemplo. Dicho sea de paso, se recuerda que, según el censo nacional indígena (DGEEC, 2012), el promedio de años de estudios en la comunidad era solamente de 3,7 años.
Las mismas observaciones pueden aplicarse al sector de la salud. Un problema recurrente en la materia tiene que ver con las severas condiciones de aislamiento de los pueblos indígenas que vuelven muy difícil o prácticamente imposible el traslado de los pacientes en estado de urgencia. Ciertamente las comunidades indígenas tienen la vocación de dotarse de una oferta elemental y primaria, pero que exige ser completada.
Así, la oferta del centro de salud existente en Puerto Diana exige ser calibrada respecto de los servicios propuestos en la ciudad de Bahía Negra. Si la instalación de un centro de salud sería necesaria en Karcha Bahlut, es probable que la escasa cantidad de habitantes no permitiría el funcionamiento perenne de un centro de salud con un equipo estable de profesionales de la salud.
En este caso específico, una conexión privilegiada con la cabecera distrital (por ejemplo, vía lancha) podría erigirse como una solución oportuna y de compromiso. Por último, el centro de salud presente en Inichta merecería ser reforzado y equipado, de modo a que los habitantes de esta comunidad gocen de un servicio primario de calidad.