En un lapso de apenas semanas, Brasil cambió dos ministros de salud. En realidad, habría que decir que es su presidente, Jair Bolsonaro, el que desestabiliza una cartera clave en época de pandemia. Está claro que el jefe de Planalto no está dispuesto a seguir patrones adoptados por otros países y él mismo decide qué hacer para enfrentar al virus chino. El último ministro de Salud, Nelson Teich, se fue de la cartera por discrepancias con su jefe en torno al uso de cloroquina, abrir peluquerías, salones de belleza y gimnasios o dar mayor flexibilidad a las actividades colectivas. Teich, doctorado en oncología clínica en el Instituto Nacional del Cancer y con una maestría en administración de la salud por la Universidad Federal de Río de Janeiro, no estuvo dispuesto al parecer a discutir de alta medicina preventiva con un capitán de paracaidistas.
Bolsonaro puede ser todo lo revoltoso e impredecible que quiera en Brasil. Eso es de competencia exclusiva del pueblo brasileño. El problema es que con casi 200.000 infectados y yendo rápidamente hacia los 15.000 fallecidos, el país es una amenaza inmediata para sus vecinos, entre ellos, nosotros, que compartimos una extensísima frontera gran parte de ella cubierta por los ríos Paraguay, Apa y Paraná, pero también una nada despreciable frontera seca de 438 kilómetros.
Son prácticamente incontables los paraguayos que cruzan diariamente dichos límites para ir a Brasil a hacer alguna cosa, desde visitar un familiar (caso intendente de Pedro Juan Caballero) hasta trabajar, hacer compras o encabezar algún operativo contrabando.
Con un presidente que no puede contener ninguna de sus compulsiones, Brasil es un peligro constante que se cierne sobre nuestra salud pública. El conteo diario de casos nuevos apunta directamente a quienes vuelven allí, no pocos de ellos infectados y otros siendo potenciales portadores sanos y asintomáticos de la enfermedad.
Con Argentina, otro vecino gravitante, compartimos la cuarentena obligatoria y el liderazgo de los ministros de Salud. Nadie discute la idoneidad de Julio Mazzoleni o de Ginés González. Los resultados acompañan esa confianza.
En Brasil, el presidente es el que decide qué hacer. Y eso nos complica la vida a todos.
Conclusión: Frontera, seca o mojada, cerrada a cal y canto.
No hay otra.