El cambio es la forma que tiene el futuro de invadir nuestras vidas”. Apenas hace un año que di con la frase de Alvin Troffler, escritor y futurólogo estadounidense. En el primer momento me encantó, porque de repente explicaba el cambio como proceso, transmitiendo esa fluidez que tanto exigen nuestras vidas líquidas. Y de segundas me enojó, por ser una invitación a la pasividad, como si el futuro nos tuviera que coger sentadas. Nos aleja demasiado de la consciencia que el mañana se construye con las decisiones que tomamos – o dejamos de tomar – en este preciso instante. Y quizá es el momento de asumir socialmente esa máxima que el futuro, o lo construyes o te lo construyen.
En relación al futuro del trabajo, nos pasa algo similar. Resulta difícil imaginar cuál será nuestro horizonte laboral, o todavía más, el de nuestras criaturas. Se estima que el 60% de alumnos y alumnas que se sientan hoy en las aulas de primaria, trabajarán en profesiones que todavía no existen. Hay menores que empiezan a decir que de mayores quieren ser influencers o youtubers, aunque hay muchas resistencias a considerarlo una profesión como tal. ¿Qué hace que un trabajo sea un trabajo? ¿Cómo definimos una profesión y qué relación tiene con una trayectoria específica, progresiva y definida a lo largo del tiempo?
Tampoco es lo mismo el trabajo (esa idea compartida del curro de lunes a viernes de 9 a 5, con tiempo libre el fin de semana para gastar), el empleo (la dedicación de tu tiempo a una actividad remunerada). En definitiva predominan las definiciones al estilo ganapán, aunque el equipo de Reshaping Work Barcelona nos quedamos con la definición del investigador finés Esko Kilpi “El trabajo siempre ha sido lo mismo y siempre lo será: trabajar significa encontrar soluciones a los problemas de los otros. Lo que cambia a lo largo del tiempo es el tipo de problemas a solucionar y la forma de hacerlo”.
Los trabajos que desempeñamos, sea por ganarnos la vida, por vocación o ambas a la vez, ocupan una proporción notable de nuestro tiempo, además de vincularnos al sistema productivo. Si producimos, si nos considera parte del engranaje, también tenemos derecho a coberturas por desempleo, bajas y demás. Diríamos que esto forma parte del contrato social establecido. La pregunta es si ha llegado el momento de revisar ese acuerdo, y algunas tendencias macro nos indican que sí. Y de forma urgente.
¿Por qué ha caducado el contrato social?
Síntomas que nos indican que el contrato social que teníamos hasta el momento – conocido como wage labor, trabajo a cambio de sueldo – está empezando a hacer aguas. Y la respuesta es que todo pacto parte de unas premisas, y las que se usaron después de la Segunda Guerra Mundial o están débiles, o no existen o directamente se han invertido las tendencias. El mundo ha cambiado y cada vez lo hace más rápido, sin embargo el papel que ocupa el trabajo en nuestra vida personal y colectiva se había estancado. Pero lo único es constante es el cambio, así que estas tendencias han llegado para cuestionarlo:
La idea de “progreso” se desvanece
Si tomamos la versión simple de progreso, que es que las cosas vayan mejorando a cada generación, vemos claramente que se desvanece. Los datos de Opportunity Insights reflejan que el 90% de los nacidos en 1945 se ganaban la vida mejor que sus padres, mientras los que sólo lo han conseguido la mitad de los que al mundo a mitad de los 80.
El male-bread winner ha quedado atrás… pero la brecha de género persiste
El modelo que inspiró el New Deal americano de los años 30 estaba edificado sobre una forma muy concreta de familia, donde los ingresos llegan gracias al marido y la esposa se encarga de las tareas de cuidados (invisibles, no remuneradas e infravaloradas socialmente). Hoy trabajan hombres y mujeres, aunque la estructura de incentivos sigue penalizando a las mujeres que deciden apostar por su carrera profesional.
El efecto mateo dicta la redistribución de la riqueza
Con el New Deal post Segunda Guerra Mundial, los cambios en el coste de la vida se iba ajustando con la productividad nacional hasta los 70. Kennedy popularizó el aforismo una marea que sube levanta todos los barcos. La redistribución de la riqueza ha quedado truncada.
Precariado y la clase inútil: la emergencia de nuevas clases sociales
A esto hay que sumarle que la precariedad se ha convertido en la nueva normalidad, especialmente a partir de la crisis de 2008. Así, aparecen nuevos fenómenos como el precariado, entendido como la nueva clase social forjada por pésimas condiciones laborales y la austeridad como mantra existencial.
Nuevos significados de la “carrera profesional”
La actividad profesional cada vez se alejará de la idea estanca y continua de carrera. Hasta la generación X (nacidos en los 60), la visión dominante es una carrera profesional concreta, basada en un único trabajo para la compañía de la vida. Los milleniales (nacidos en los 80) seguimos vislumbrando una carrera profesional determinada.
El triple filo de las plataformas digitales
Han venido para quedarse y de momento se usan para sacar un extra, esa fuente secundaria de ingresos para completar el sueldo precario. Predomina la retórica de la autonomía y la flexibilidad, pero son un arma de triple filo. Los costes de entrada son relativamente bajos, así que está al acceso de cualquiera. Incluso son un espacio de generación de oportunidades para personas que están situación irregular.