La máquina de absolver funcionó una vez más. Los diputados, disciplinadamente alineados “por orden superior”, acudieron a salvar a la correligionaria en apuros.
Y cuando hablamos de “correligionaria” no nos referimos precisamente a la camaradería ideológica o partidaria sino a aquella magistral definición acuñada por un sabio filósofo del liberalismo radical contemporáneo: chanchos de un mismo chiquero. Porque de eso se trata, cerdos rescatando a cerdos.
La sesión de ayer de la Cámara de Diputados fue, como en otras ocasiones, un festival de paparruchadas y desatinos dignos de la corporación. Se difundieron videos que eran verdaderos revoltijos de escenas y audios sin sentido alguno, se escucharon invocaciones religiosas, auto felicitaciones, citas históricas sin conexión alguna con el tema tratado, lectura de composiciones escolares sacadas del Facbook, alegatos jurisprudenciales y desbarranques por el estilo que sólo agregaron demora a una votación que ya estaba cantada antes de empezar la sesión plenaria.
Por una amplia mayoría de 58 votos contra 18, la cámara baja salvó a la fiscal general del Estado de un juicio político. Los honorables deberán recordar en adelante lo que hicieron porque no se trata de un hecho cualquiera el que ayudaron a tapar con tierra, o con barro siguiendo el docto principio enunciado por Yoyito Franco sobre cierto chiquero y ciertos chanchos.
Lo que la fiscala general hizo, violando las normas de cuarentena, fue sacar del aislamiento a un ciudadano llegado del exterior, mandarlo a su casa sin vigilancia y exponer a quienes se le cruzaran en el camino a un potencial contagio con el virus más letal de las últimas décadas.
Leguleyos de espinazo flexible, fungiendo de parlamentarios, se ocuparon del trabajo sucio: sostener la especie de que la orden de la fiscala general no existió, que todo fue un invento y que no hay pruebas que sustenten la acusación. Nadie se animó a sostener que con sólo secuestrar unos pocos celulares y pedir sus extractos de llamadas, la evidencia saltaría de inmediato.
Pero como no hay vocación por la verdad sino un infecto compromiso con la corrupción, el mal desempeño quedará impune y un cargo central por su importancia, en manos de los poderes de
facto que lo titiritean.