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¡Arriba el telón!

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Por Cristian Nielsen

Hubo un tiempo en que el teatro era la diversión favorita de los paraguayos, con énfasis naturalmente en Asunción, ombligo del país hasta bien entrado el siglo XX. Y no era que la ciudad tuviera abundancia de salas acondicionadas para espectáculos teatrales. El único teatro digno de llamarse tal era el Municipal, cuya historia arranca de antes de la guerra contra la Triple Alianza con un destino por completo diferente al que luego estaría llamado a cumplir.

Frente al hemiciclo conformado por la platea y tres niveles de palcos desfilaron un sinnúmero de compañías, actores y géneros teatrales. Dramas, comedias, sainetes y zarzuelas salpimentaban las noches asuncenas compitiendo con los estrenos provenientes de Hollywood y los disruptivos productos cinematográficos de la nouvelle vague francesa y el cinema nuovo italiano. 

La competencia estaba planteada en los hechos. Por aquí Gary Cooper, Tyrone Power, Marilyn Monroe, Vittorio Gassman, Sofía Loren o Brigitte Bardot convocaban desde los afiches del Granados, el Victoria o el Roma. 

Y del otro lado, sin tanto marketing gráfico, Ernesto Baez, Emigdia Reisófer, Carlos Gómez, Hector de los Ríos, César Alvarez Blanco o Rafael Rojas Doria esperaban a sus fieles espectadores en el pequeño hall de ingreso del Teatro Municipal, cada noche de estreno. 

 

Origen Constituyente

Pocos saben que el actual Teatro Municipal fue en sus comienzos el Salón de los Constituyentes en el cual, en 1844, se aprobara la primera carta magna del Paraguay titulada “Ley que establece la administración política de la República del Paraguay y demás que en ella se contiene”. Hasta hoy se conservan, hacia el lado norte de la manzana, los vestigios de uno de los muros de aquel salón histórico.

Pero Carlos Antonio López quería otra cosa. Ansiaba un teatro. Así que en 1855 encargó a Ildefonso Bermejo, periodista, historiador y dramaturgo español, la misión de convertir aquel salón fundacional en un ámbito dedicado a la escena. Nació así el Teatro Nacional que luego de la guerra grande se convertiría, de la mano del empresario catalán Baudilio Alió, en el nuevo edificio tal como hoy lo conocemos. 

Corría el año 1889 y la inauguración del flamante teatro estuvo a cargo de una compañía española que trajo obras de Verdi, Schubert y otros autores en boga en Europa.

La sala sufrió diversas transformaciones, sumando palcos, salas auxiliares para ensayos y jardines que amenizaban los entreactos. En 1939 su propiedad fue transferida al municipio de Asunción. En 1949, abriendo una polémica que duraría décadas, el teatro recibió el nombre de Ignacio A. Pane en  homenaje, diría la resolución municipal, “al ilustre intelectual, famoso como literato, pedagogo y político”. Pane, autor del Credo Republicano, fue hasta su muerte una figura descollante del Partido Colorado.

 

Noches de risa y música

Desde finales de los años ’50 hasta bien entrados los ’90, el Teatro Municipal albergó un sinnúmero de representaciones que recorrieron prácticamente todos los generos de una de las artes más antiguas de la humanidad. Tan requerida era la sala que cada año, una comisión especial dedicaba días enteros a confeccionar el calendario de fechas, puesta por puesta, compañía por compañía. 

Como esta no es una reseña sino el rejunte de recuerdos más o menos difusos, la obra que mejor preserva mi memoria es “El impala”, de Mario Halley Mora, magistralmente interpretada por la compañía de Ernesto Báez, Emigdia Reisófer y Carlos Gómez.  El propio Halley Mora la recuerda en su monografía “Yo anduve por aquí” diciendo: “Iniciábamos con esta obra una abierta crítica social y un soterrado cuestionamiento político que fueron la tónica de nuestros trabajos posteriores. El «Impala», era por aquel entonces un suntuoso automóvil de la línea General Motors, con superlativas aletas de avión en la popa, cuya posesión otorgaba a la burguesía el mismo prestigio que hoy darían los Mercedes Benz o los Rolls Royce. La historia era la de una familia que lo sacrificaba todo, hasta la casa y la comida, para disponer de un «Impala» como prenda de alcurnia. El previsible final era el accidente donde quedaba hecho chatarra el «Impala» y en ruinas a la familia”. 

En esa línea, la formula autor-actor Halley Mora-Báez-Reisofer-Gómez llenaría las noches de teatro con obras que buscaban, según confesaría Ernesto Báez, “que los personajes fueran auténticos, es decir, creíbles y comparables con sus modelos de la vida real. Auténticos desde la postura, la vestimenta, la parquedad en el hablar y las costumbres”. Fue la consolidación de un estilo de teatro popular ya desaparecido.

El otro gran género que convocaba multitudes fue la zarzuela, un tipo de comedia musical que dio origen a obras muy celebradas y que salieron de la inspiración de Juan Carlos Moreno González y Manuel Frutos Pane. En ese clima de sainete y diversión musical se movía con mucha comodidad Florentín Giménez, director y arreglista. 

 

Toda una época

Sé que sonará melancólico y triste, pero toda esa época se desvaneció, quizá arrasada por el cable y la TV paga. Quedaron atrás grandes nombres de la escena como Hector y Eda de los Rios (padre e hija), Roque Centurión Miranda, Fernando Oca delValle. Señores del humor y la risa como Cesar Alvarez Blanco, Rafael Rojas Doria y Alejo Vargas. O soñadores de la transición refugiados en el trashumante Arlequín de José Luis Ardissone que aún hoy resiste desde su alcazar inexpugnable. 

La globalización y el achatamiento perpetrado por las redes sociales van dejando en el olvido un arte que supo ser exquisito, convocante y de crítica social. Tal vez se haya refugiado en otros recintos, hable otro idioma escénico y capture otros climas y humores populares.

Pero aquel viejo teatro que hacía estallar en aplausos y risas las noches asuncenas se fue para siempre.       

 

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.
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