Una de las cuestiones que siempre se preguntan muchos está en torno a la capacidad de resiliencia que tiene el paraguayo al sufrimiento, a la injusticia y a la desigualdad.
Cuando vemos en otros países que las manifestaciones son multitudinarias contra este tipo de circunstancias y producen grandes cambios políticos como el caso de Chile por citar simplemente uno de ellos más cercano, evidentemente nos debemos retrotraer con aspectos que tienen que ver con aquello que importa a la sociedad.
Los chilenos tienen ahora un presidente que fue uno de los líderes juveniles en una revuelta contra el gobierno de Bachelet por el tema de la inversión en educación.
Un país que nace con ese tipo de preocupaciones desde su época de post colonial, evidentemente, tiene mayores posibilidades de colocar eso como un eje central a la hora de los reclamos.
Uno se pregunta cuándo se despertará el Paraguay, y la respuesta no son para nada optimistas debido a múltiples factores, entre ellos la larga forma de entender las cosas como naturales a nuestra condición de paraguayos.
Esa cuestión de aceptar que los cambios, si vienen, puede ser todavía peores que las realidades que vivimos que nos llevan a ser un país salvajemente conservador; y en ese tipo de características, las posibilidades de trocar nuestra realidad por algo mejor siempre se enfrenta con un atavismo cultural que lo impide
Para que se despierte el Paraguay, deben dejar de creer que el sueño letargo de tantos años puede ser alterado por algo mucho mejor; y no necesariamente por algo fatalista o trágico.
