Cuando una sociedad se resiste cerrilmente a cambiar, la realidad termina por disciplinarla. Pasada la crisis del coronavirus y hechas las cuentas finales sobre muertes y otras pérdidas, tendremos que sentarnos a pensar un nuevo país. O no habremos aprendido nada.
El virus está derribando a golpes un edificio fundado sobre falacias, sostenido con alfileres y justificado en su ineficacia con argumentos que no resisten el menor análisis. Cuando alguien muere por falta de un respirador artificial, o por no llegar a tiempo a un hospital desde un pueblito perdido en el mapa, o porque no se libraron a tiempo los fondos para comprar reactivos o por cualquier otro motivo similar, ¿qué explicación razonable encontraremos para el Estado ausente, ineficaz y derrochador?.
Así que la pregunta clave que nos tendrá ocupados durante los próximos años será: ¿Qué Estado necesitamos a partir de ahora? Tendremos que empezar por analizar qué entendemos por Estado. Si es una “forma de organización política, dotada de poder soberano e independiente, que integra la población de un territorio”, un “conjunto de poderes y órganos de gobierno de un país soberano” o cualquiera de las otras definiciones reservadas para lo que hoy, en el Paraguay, se acerca mucho a una entelequia, de existencia poco probable si la evaluamos por la eficacia de su misión.
Un Estado es un acuerdo colectivo, un pacto general según el cual, el ciudadano se compromete a aportar recursos para mantener su funcionamiento a cambio de que le preste servicios esenciales: salud, educación, seguridad, infraestructura, proyectos colectivos, relación con otras sociedades soberanas y demás actividades que serían inabordables sin la existencia del Estado.
La crisis extrema del coronavirus ha dejado expuesta la entraña misma de un Estado con limitada capacidad de reacción y que hace lo que puede con los recursos que le sobran luego de pagar, con extrema generosidad, una desbordada planilla de personal y sus gastos concurrentes: comidas gratis, viáticos generosos, chóferes y seguridad personal, vacaciones de lujo, medicina prepaga, etc.
De nuevo: cuando todo pase y hayamos guardado luto por pérdidas irreparables, tendremos que sentarnos a hablar. Habrá mucha experiencia que capitalizar o todo el sacrificio habrá sido inútil.